''Cli–fi'' o ''ficción climática''
Un género literario acorde con el futuro de la humanidad
¿Qué pasa cuando los escritores deciden situar sus historias en escenarios futuros de devastación? En años recientes el cambio climático y sus consecuencias han sido un tema recurrente en la literatura y el cine. Con esto se inauguró un nuevo género literario: el cli–fi.
Pensar el futuro ha sido una obsesión humana. En épocas anteriores para anhelar tiempos mejores; hoy, ante la incertidumbre que campea en el planeta, para imaginar las posibles pesadillas que parecen avecinarse. Así, un mundo devastado, asolado por huracanes, inundaciones o sequías no es ya únicamente una imagen recurrente en las clases universitarias y coloquios de ciencia, sino que es un escenario cada vez más presente en el arte, especialmente en la literatura y el cine. Ante la evidente disolución de los límites entre la ciencia climática y la narrativa de ficción los escenarios pronosticados se han instalando en la producción literaria y cinematográfica contemporánea. Aunque en la actualidad ya no se identifican estas narrativas como ciencia ficción, sino que se les conoce como ficción climática o cli–fi —en clara alusión al célebre sci–fi. La reciente adopción de este término busca dar nombre a un género de películas y novelas, así como otras obras creativas, que exploran las posibles consecuencias catastróficas del cambio ambiental en nuestro planeta.
El término fue adoptado en el año 2007 por el periodista Dan Bloom, para luego ser impulsado por otros escritores, especialmente Scott Thill, colaborador de medios como Wired y Huffington Post. Desde ese entonces la expresión se ha ido popularizando y es ya un tema común en medios de comunicación e incluso materia de estudio en algunos cursos universitarios sobre literatura y ambiente.
Quizás el primer autor que involuntariamente inauguró el género fue J. G. Ballard, escritor británico de ciencia ficción que desde la década de los sesenta desarrolló una prolífica obra dominada por escenarios distópicos resultantes del deterioro ambiental y la evolución tecnológica. Ballard plasmó un conjunto de pesadillas climáticas en libros como El viento de la nada, novela en la que un extraño fenómeno desata un viento de procedencia desconocida que al acrecentarse termina siendo tan violento que hace casi imposible la vida sobre la Tierra; La sequía, en donde se narra cómo la contaminación industrial irrumpe el ciclo del agua provocando una mortífera aridez, y El mundo sumergido, historia que explora las circunstancias sociales y biológicas que se generan en un planeta inundado en el que sólo sobresalen los pisos de los edificios más altos y los escasos sobrevivientes humanos se concentran en uno de los polos de la Tierra. Así, en un golpe de clarividencia, Ballard describió lo que más tarde sería una de las mayores preocupaciones de nuestros tiempos: cómo el deterioro del medio no sólo pone en riesgo nuestra propia existencia, sino que le da un vuelco a todo proyecto civilizatorio y a nuestras formas de convivencia.
Otras obras catalogadas como cli–fi incluyen la del novelista Michael Crichton, cuyo trabajo más reconocido es Parque Jurásico, sobre todo por su exitosa adaptación cinematográfica. En su novela Estado de miedo el autor desarrolla una historia en torno al ecoterrorismo como estrategia para la protección ambiental. Por otro lado, el escritor estadounidense Kim Stanley Robinson ha utilizado sus novelas para explorar las formas en que la cultura y la naturaleza continuamente se reformulan una a la otra. El cli–fi queda encarnado particularmente en su trilogía Ciencia en la capital, situada en un futuro cercano que desmenuza los enredos entre ciencia y política como un llamado urgente a tomar acción ante el futuro.
Si la ficción científica es primordialmente optimista, la ficción climática se apega a los avisos que la comunidad científica se ha encargado de emitir durante décadas. Aquí no hay naves descomunales cruzando el espacio, sino que la mayoría de los horrores descritos nos parecen extrañamente familiares.
En 2010 el escritor británico Ian McEwan publicó Solar,novela que narra la historia de un científico ganador del premio Nobel que decide emprender una búsqueda para solucionar el cambio climático a través de la energía solar. Entretejiendo el drama personal con las vicisitudes del mundo académico, el libro resulta un gran acierto para posicionar temas tan actuales como el cambio climático en el imaginario de los lectores.
La escritora Margaret Atwood también ha contribuido con esta nueva línea literaria. En su trilogía distópica, conformada por los títulos Oryx y Crake, El año del diluvio y MaddAddam, la autora presenta un planeta en donde la inequidad social, la bioingeniería y la catástrofe climática han derivado en un escenario poco esperanzador.
Así, la literatura cli–fi representa un acercamiento imaginario al futuro y se ha convertido en un género que goza ya de presencia en los medios de comunicación y que puede llegar a ser una vía óptima para entender y explorar futuros posibles, empujándonos como lectores a pensar en el mundo que queremos vivir. Como dice Rodge Glass, a diferencia de la ciencia ficción, la cli–fi se desarrolla principalmente desde la advertencia más que desde el descubrimiento. Es decir, si la ficción científica es primordialmente optimista, la ficción climática se apega a los avisos que la comunidad científica se ha encargado de emitir durante décadas. Aquí no hay naves descomunales cruzando el espacio, sino que la mayoría de los horrores descritos nos parecen extrañamente familiares.
Lo anterior puede ser tomado como una oportunidad: cada vez que un término gana espacio en la literatura es una ocasión no sólo para examinar a los escritores que exploran este terreno, sino también para escudriñar a los lectores que lo compran, lo leen y lo discuten. Y esa discusión es posible que siga incrementándose, pues actualmente ya es sumamente difícil para cualquier escritor serio retratar convincentemente mundos futuros sin admitir que éstos serán, en buena medida, proyecciones del nuestro. Por lo tanto, si la amenaza climática que se cierne sobre nosotros aumenta, también deberá aumentar el vocabulario designado para darle sentido a esa amenaza, y es ahí donde la conjugación del arte con la ciencia crea aportes no sólo sorprendentes, sino muchas veces indispensables. ®
Publicado en: Ensayo
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